viernes, 9 de julio de 2010
Bicentenario: Cultura, nación y poder popular
Barricada TV // Las manifestaciones de adhesión popular a los símbolos nacionales el pasado mes de mayo despertaron cierta inquietud de parte de la izquierda. Por diferentes motivos variadas fracciones de la militancia popular rechazaron la idea de reivindicar el bicentenario de la revolución de mayo. Se identificó como una maniobra política del gobierno o de la burguesía destinada a distraer la atención de conflictos importantes a través de la creación de mitos y de homenaje a una tradición inventada y repudiable. Lo cierto es que por primera vez en mucho tiempo las masas parecieron identificar a la nación con algo que excede al fútbol.
Para los que suscribimos estas líneas la “cuestión nacional” es una de las cuestiones centrales que un proyecto revolucionario debe asumir y resolver. Creemos que los pueblos se organizan en comunidades desde el origen de la humanidad, que estas fueron construcciones concientes producto de la naturaleza humana, y no solo se relacionan con mitos. Sin dudas los mitos son parte de las fuerzas que mantienen unidas a las comunidades humanas, pero colocarlos como inventos creados para legitimar construcciones artificiales es un error. Los mitos también tienen orígenes materiales y operan materialmente sobre la realidad.
Sin dudas el Estado-nación es la construcción humana históricamente más reciente en el plano de las superestructuras políticas. Resume la forma política de comunidad humana propia de la era del capitalismo. Articula a una población en un territorio determinado otorgándoles atributos de soberanía, economía nacional, símbolos y mitos. A su vez resignifica en clave nacional el pasado para hacerlo común a la nueva comunidad y genera historia, que es nacional desde ese momento. Como dijo Antonio Gramsci al afrontar la compleja realidad italiana: la creación de una conciencia nacional-popular y la disputa de la misma por la clase trabajadora es parte de la lucha contra el atraso y vehículo para la concreción de la liberación de la clase trabajadora concreta.
Existe en la actualidad una tendencia a la añoranza de las comunidades precapitalistas (algo a si como si Marx hubiera identificado comunismo primitivo con el comunismo del futuro). Creemos que mucho del sentido actual de esas reivindicaciones es folckorismo romántico, o una fuga hacia el pasado ante la dificultas de encarar lo nuevo. Nuestra idea sobre la tradición y las culturas anteriores a la del capitalismo industrial, parte desde las propuestas del “amauta” José Mariátegui. Para el revolucionario peruano el estudio de la realidad nacional (decía “peruanicemos al Perú”) era el camino que el materialismo histórico debía seguir en la construcción de una vía revolucionaria nacional. Por eso rescataba la tradición comunitaria de los pueblos andinos, pero no lo hacia por ninguna añoranza a la vuelta del pasado Inca. Sino que, mediante un estudio científico, sabia que existían suficientes elementos de organización productiva en dichas comunidades que permitían superar el atraso de la producción terrateniente y para pensar la construcción de una nueva institucionalidad.
Pero sabemos que el Estado-nación se impone sobre las comunidades e identidades preexistentes. No era una lógica distinta la de los Incas cuando imponían el quechua y educaban a las elites de las comunidades dominadas en sus costumbres, religión y formas políticas (en las escuelas de los amautas). El problema para nosotros es cuan inclusiva es la comunidad de la que formamos parte y si representa una forma más progresiva (sí, rescatamos la idea de progreso) de organización económica y social. Es en ese sentido que discutimos el problema nacional, y lo relacionamos con la soberanía y el socialismo.
No dudamos que la burguesía como clase dominante en los estados-nación crea una visión histórica donde el pasado va justificando su consolidación y su presente, negando oposiciones y alternativas. Por eso pensamos que, justamente, es la burguesía (la historia oficial) la que crea los mitos menos sostenibles frente a la contrastación histórica. Decimos que los revolucionarios contamos con herramientas muy sólidas para dar por tierra los mitos burgueses de la nación y presentar un pasado diferente que otorgue una tradición a la idea popular de nación por la que luchamos. Porque la historia oficial al tener que justificar el presente debe rescatar del pasado elementos de estabilidad y construir una visión autojustificada del estado de cosas.
Es en este sentido el tema de la “unidad nacional” se presenta como otro problema a resolver por los que luchamos contra la explotación. Una vez consolidada como clase la burguesía presenta la unidad nacional como un baluarte ideológico contra la lucha de clases y las oposiciones políticas radicales. Es la conclusión de su conquista del poder, la búsqueda del fin de las transformaciones y el encuadramiento de todas las clases tras su hegemonía. Pero esto es falso. Más aún en países dependientes donde la promesas de la revolución burguesa no llegaron a cumplirse mínimamente. El caso del peronismo del 45 es claro para identificar los límites que la justicia social y la independencia nacional tienen bajo el sistema actual. El movimiento de Perón enarbolaba un programa de progreso y armonía de clases, sin embargo desató una furiosa lucha de clases que duró más de 20 años como consecuencia de la oposición de la burguesía al mismo y los límites que ser un país dependiente impone al progreso.
El tema es que, al menos para nosotros, está claro que cualquier transformación que implique mayores niveles de igualdad, democracia y justicia para las clases oprimidas debe se superadora de las formas políticas y económicas existentes y no buscar en consenso entre las clases para ver cuanto los ricos le aflojan a los pobres sin enojarse. Como tampoco anclarse un algún tipo de romanticismo indigenista, folclórico o mesiánico. Es por ello que nos pareció poco constructiva la actitud de una parte de la militancia popular en relación a un tema central como es la construcción de una referencia contra hegemónica hacia las masas que apunte al poder del Estado nacional.
Si nos remontamos a los fundadores del movimiento revolucionario moderno vemos que la cuestión nacional fue un desafío para los marxistas de la generación que siguió a Marx. Un desafío que debieron resolver y del que poco decía lo escrito por Marx y Engels. Hasta la década de 1920 el debate planteado hacia naciones (lengua y territorio) oprimidas por viejos imperios o modernos imperialismo, siguió subordinado a la revolución proletaria que emanciparía a los pueblos y que se realizaría sin dudas en los países capitalistas avanzados. Pero el alejamiento de la revolución proletaria mundial y la estabilización del dominio burgués en los países centrales (que continúa) impusieron la realidad de tener que afrontar la lucha país por país. Las posibilidades de éxito en muchos casos, el disímil desarrollo económico y cultural de los países donde la revolución avanzaba, obligó a que la teoría revolucionaria debiera incorporar la “cuestión nacional” a su marco teórico.
Finalmente el problema de cómo realizar la revolución país por país, aún en países atrasados y como consolidarla en condiciones desfavorables, produjo que los más eminentes pensadores y lideres desarrollaran y nos legaran un muy rico bagaje de ideas sobre el tema. De Lenin a Stalin, de Trosky a Mao, de Fidel Castro a Ho Chi Min la liberación nacional, la defensa de la patria contra la agresión extranjera, el desarrollo de mejores niveles de vidas y cultura para los trabajadores en el marco de la nación fue abordado con teoría y práctica y nos legó muy ricos aportes para el pensamiento y práctica revolucionarios.
Hoy en el biecentenario de la Revolución de mayo, hito histórico de enorme peso en la cultura argentina pareciera que una parte sustancial de la izquierda no ha alcanzado a elaborar una actitud correcta frente a la “cuestión nacional”, ni parece en condiciones de asumir positivamente el sentimiento patriótico de las masas. Las invasiones inglesas, la revolución de mayo, las guerras de la independencia y la independencia del 1816, fueron parte de un proceso de revolución mundial donde se derribaron barreras con las que las viejas clases dominantes feudales protegían su vetusto poder. En América latina (y dentro de ella en cada región) esta lucha tuvo su expresión y sus contradicciones internas. Estas contradicciones expresaban diferentes alcances que podía tener la revolución y eran expresión de lucha de clases y frentes de clases y de diferentes proyectos de nación. Sin dudas, burguesas eran las diferentes variantes, pero no podemos desecharlos como equivalentes frente a una anacrónica revolución proletaria en la América latina del siglo XIX. Si hacemos esto le regalamos el pasado (y la lucha de las clases oprimidas en ese pasado) a la burguesía y su interpretación de los hechos.
Si en función de un dogmatismo improductivo rechazamos “lo nacional” como artificial y burgués (no es nuestro caso), y lo vemos solo como superestructura (haciendo gala del marxismo más vulgar) abonaremos nuestro divorcio con el sentido común de todas las clases y prepararemos nuestra fuga teórica, identitaria y militante a otros tiempos o países. Esto amen de ser un error que no aporta nada a los que se pretende apoyar, condena a los que así piensan a la marginalidad estratégica cuando frente a lo nacional burgués solo oponen el internacionalismo proletario, otros procesos revolucionarios, el romanticismo de la comunidad primitiva o la disolución de la nación.
En general podemos afirmar que el internacionalismo proletario solo se ha manifestado en muy contadas ocasiones y en ninguna eficiente. Cuando ha tenido que confrontar con los “intereses nacionales” ha salido perdidoso, aún en condiciones en que era sumamente justo (como en las guerras mundiales). Esto no significa que el nacionalismo sea más justo que el internacionalismo, lo que significa es que ya deberíamos estar más que advertidos de la poderosa fuerza material que implica el sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional. Es así que consideramos que los revolucionarios debemos expresar las ideas socialistas de tal forma que sean asumidas como las ideas rectoras para toda la nación tal como los planteaba Gramsci.
Como dijo el italiano, el sentido común expresa la ideología hegemónica, pero esta ideología es parte de una construcción que absorbe y re significa elementos de cultura popular. Es en ese sentido que el sentido común tiene en su interior elementos de “buen sentido” que son bases desde que las que se construyen puentes entre la cultura e identidades populares y los objetivos revolucionarios. Si tenemos vocación de mayoría y de poder el desarrollo de las políticas nacionales debe incorporar lo mejor de nuestra historia y de la cultura popular.
Creemos que nuestro pasado tiene mucho que reivindicar, desde las milicias populares en 1806 y 1807 pasando por todas las gestas de los ejércitos independentistas y el pensamiento de nuestros más lucidos patriotas, la inmensa movilización de nuestros paisanos para la defensa de la independencia y para lograr algún tipo de organización nacional que los contemplara. Y podemos avanzar hacia el presente rescatando gestas y personas que doten a nuestras propuestas de una raíz (que como dijimos mas arriba es mas científica que la presentada por la burguesía). ¿Por que abandonar esa tradición nacional y regalarla si desde ella la identidad de nuestro país deja de ser de terratenientes entregadores y genocidas y pasa a ser de héroes, patriotas y visionarios?
Entonces ¿Por que la izquierda no tuvo bicentenario?
Una falta de reflexión sobre las ideas de nación, patria, identidad nacional internacionalismo e identidad de clase. Un rechazo a la idea de nación o Estado en función de universales. Entre el individuo o su entorno más cercano y la humanidad toda siempre existieron entidades humanas amplias donde el hombre desarrolló sus actividades productivas y culturales, en la actualidad estas son los Estados nación (o entidades similares).
No es que el Estado, tal como existe hoy, sea nuestro objetivo para administrarlo, ni que todas las entidades nacionales hayan alcanzado el mismo grado de consenso. Lo que significa es que debemos luchar por revolucionar las actuales sociedades y no proponer formas mas atrasadas (y menos eficientes frente a los grandes estados y grupos capitalistas), ni debilitar los estados de países con estructuras dependientes, sino presentar a la revolución como la verdadera potencia para la realización de la liberación nacional (independencia y socialismo) o sea la realización de la nación.
En muchos militantes se nota un “repliegue” a lo parcial. Indígenas, ecología, etc. contraponiéndolo a la cuestión nacional. En el mismo sentido se cae en una sobre-dimensión y endiosamiento de lo marginal. Como ya planteamos invitamos a releer nuevamente a Mariátegui que (aún desde Perú) nos da muy buenas líneas sobre la cuestión indígena y el socialismo.
Una aceptación de la idea de multiculturalidad estanca, como contrapuesta de la de una cultura con múltiples aportes y en construcción permanente. ¿Por que dividir a una sociedad en nichos preservados de contaminación? Mezclemos las culturas, de los múltiples aportes crecerá una cultura nueva, potente, capaz de ser la base de naciones con identidad y proyecto, capaces de hacer frente a la cultura del mercado, al imperialismo cultural.
Una subestimación o desconocimiento de la influencia del sentimiento patriótico en la consolidación de los más importantes procesos revolucionarios conocidos. (Subestimación que no tuvieron los revolucionarios protagonistas de los mismos). Es un error ver solo incompatibilidades entre una causa nacional y la emancipación social, es más en los países oprimidos estas llegan a confundirse mucho. Esta situación de asimilación de los problemas sociales exclusivamente a factores externos es bien comprendida por fracciones de las clases dominantes (no solo por las burguesías nacionales) y trabajada como para desarmar a las clases oprimidas. Pero la respuesta no debe ser un acto reflejo (rechazar la lucha nacional) sino la presentación real de cómo opresión social y nacional están asociadas y como solo el pueblo organizado puede ser artífice de la liberación. Cuando el sentimiento patriótico es enfocado contra los verdaderos enemigos de los trabajadores su potencia es enorme.
Actitudes de rechazo primario a todo lo que viene del poder, lleva a presentar una visión globalmente negativa de la historia nacional con una sensación de “vergüenza” como conclusión. ¿Hubiera sido mejor que no existiera la Argentina? ¿No es esta conclusión la que interpreta cualquier persona común de una consignas como “200 años nada que festejar”? Pero aún así esta enumeración solo generara parálisis y no acción positiva, y produce el aislamiento frente a un sentimiento abrumadoramente mayoritario de identificación nacional de la abrumadora mayoría de la gente.
Que deberíamos pensar:
Una recuperación de los hitos del pasado que nos sirvan de explicación y ejemplo para la realización de las tareas emancipadoras y de progreso hacia el presente y el futuro. Las milicias, las ideas avanzadas de muchos patriotas, la igualdad de todos los habitantes de este suelo en la construcción de una nación nueva e independiente con raíces americanas, la movilización popular en las guerra de la independencia, los programas de Moreno o Artigas, las resistencias y alternativas que se expresaron a lo largo de los años del siglo XIX hasta el surgimiento de la clase obrera (y omitimos muchos héroes y proyectos progresistas para no extender varias páginas). Además, ni los patriotas, ni toda la clase dominante querían masacrar a los indios de las pampas, ni hacer de nuestro Estado un articulador del dominio imperial británico, esta fue una fracción que triunfó en una época determinada.
Remarcamos que las tareas que nos corresponden son en primera instancia nacionales, mas allá de que el socialismo tenga origen y objetivos internacionales, debe hacerse de raíces nacionales para triunfar.
¿No se debió haber intervenido en estas fechas de una forma mas positiva buscando enlazar con el sentir de las masas? Y desde allí encontrar las formas de hacer que nuestros proyectos y puntos de vista seas accesible al pueblo.
Rechazamos utopías reaccionarias. Tampoco queremos aportar a la construcción de identidades que apunten al debilitamiento de la identidad nacional ya que esta es la base de la independencia, de la resistencia antiimperialista y de la revolución socialista. En cambio buscamos aportar a construir una identidad de clase trabajadora y latinoamericana que dispute el contenido de la misma a la identidad de clase burguesa, liberal, hegemónica.
Nuestra identidad nacional esta en el futuro y debemos disputar su contenido haciéndola abierta a todos los aportes reales que deben constituirla. Debemos ser un poco indios y un poco blancos, y como pensaban los patriotas de nuestra independencia, hacer de Tupac Amaru un líder americano y no un líder étnico como pretende los indigenistas.
Somos argentinos y tenemos nuestras particularidades, somos latinoamericanos y tenemos suficientes elementos en común para pensar que unidos podemos apoyarnos mutuamente entre los revolucionarios y entre las naciones, para emanciparnos de los que nos oprimen, y somos solidarios con todos los pueblos del mundo ya que todas las luchas son parte de las contradicciones que el capitalismo imperialista genera y cualquier victoria es parte de las batallas por debilitar el sistema.
Es un error confundir el sentimiento nacional con apoyo a uno u otro gobierno. Para nuestro bicentenario la enorme presencia popular en los festejos no tuvo consignas que la enmarcaran. Artistas populares, y muchas actividades llamativas permitieron que una multitud inigualada concurriera sin sentir afectadas sus ideas políticas. La mayoría sin dudas lo hizo desde un sentimiento de pertenencia a una comunidad que se llama argentina y tiene sus símbolos y sus raíces particulares. Que el gobierno haya salido ganador en usufructuar ese sentimiento, es parte de la capacidad política de cada uno. Las masas salieron a la calle, alegres, no hubo violencia, o sea que el malestar general y la división de los argentinos no llega al punto de que nuestros gobernantes no se puedan presentar en público. El discurso de la oposición de derecha se vio afectado. Pero tampoco hubo grandes vivas al gobierno, los grupos oficialistas eran eso: grupos, que no concitaron el rechazo ni la adhesión de la gente (lo mismo paso con las actividades de la oposición de izquierda, que en muchos casos fueron confundidas con parte del festejo oficial). Este es sin dudas un éxito del kichnerismo (que excede con mucho al bicentenario) hoy nuestros políticos pueden aparecer en público sin problemas.
Por último, Las masas “por primera vez” aceptaron y hasta aplaudieron a los militares en las calles. Esto causa mucha alarma en el conjunto de la izquierda. Pero no debemos olvidar que “el desfile del bicentenario” fue encabezado por Granaderos, Patricios, hasta Colorados del monte y Blandengues. E incluyó a combatientes de Malvinas. Desde la represión procesista han pasado más de veinte años, para la persona común no es tan claro que estos sean los mismo militares de la picana y la dilapidación del patrimonio nacional. Y, para ser sinceros es probable que la amplia mayoría no lo sean en términos biológicos. El tema es que la “disolución de las FFAA” no es una propuesta viable (ni correcta). Todos los países y las revoluciones se sostienen con algún tipo de fuerza armada. Nuestro problema es justamente “el tipo” de fuerza armada ya que no negamos su necesidad. En última instancia la anulación casi total del poder combativo de las FFAA se lo debemos a Menem ¿no?. Creemos que una política popular e independiente necesitará de unas FFAA, transformadas ideológicamente, equipadas, con producción para la defensa, fusionadas con el pueblo y sin espíritu de casta. Y que debemos tener propuestas más acá de la revolución. No debemos olvidar que un aparte del territorio nacional esta ocupado por una potencia enemiga que a su vez es un país imperialista. Tampoco que las apetencias de los países centrales sobre lar riquezas regionales requieren poder de disuasión propio y unidad latinoamericana también en términos militares.
Por eso decimos que hay razones para festejar el bicentenario. Porque no consideramos positivo renegar de nuestra nacionalidad ni que eso sea un acto liberador. Creemos que esos tiempos nos dan la oportunidad de poner en discusión una visión del pasado nacional que siente las bases del futuro que deseamos.
Barricada TV
20 de junio 2010
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